Tras la publicación de la novela «Donde la ciudad cambia su nombre», publicada en 1957, es donde Francisco Candel alcanza una popularidad sin precedentes, pero llena de críticas y malestar general manifestado por sus conciudadanos al ser alguno de éstos puestos en evidencia por sus fechorías cotidianas y pensamientos, a veces con picardía y otras por ignorancia, que sin malicia alguna brotaban sin intención de ofender a nadie, pero que sin miedo alguno se defendían y se integraban sin tapujos con las enrevesadas palabras catalanas que según Candel -más enrevesadas para sus estropajosas lenguas murcianas de sus moradores-, y con una vida muy diferente a la que habían llevado en sus lejanas tierras, y que ahora eran vistos como personas trabajadoras pero distanciadas de la sociedad barcelonesa, donde ellos se encontraban sumisos y olvidados en una barriada creada para tapar las vergüenzas de Barcelona. Todos o casi todos sus habitantes procedían de Montjuïc y de Magòria, donde sus moradores vivieron o mejor dicho resistieron a la dureza extrema de una guerra que destrozo la vida de muchas familias, perdiendo a sus maridos, hijos y seres queridos. Sin embargo, se sentían personajes libres dentro de su desgracia en un rincón escondido y lejano de la realidad cotidiana de la ciudad, donde todos o casi todos exponían sus formas de ser y realizaban hechos sin maldad, pero a la vez con mucha imaginación, cosas simples y sencillas de aquellas primeras gentes que fueron ocupando las 533 viviendas que el Patronato de la Habitación había construido para tapar las miserias del barraquismo.
Y, le pusieron de nombre, Eduardo Aunós.
Con la experiencia adquirida desde 1870 sobre el crecimiento del barraquismo en Barcelona, los responsables políticos daban la espalda a una realidad que crecía y crecía a sabiendas de que aquellos nuevos núcleos de barracas de inmigrantes se seguirían esparciendo a lo largo y ancho de la ciudad. Sin embargo, las autoridades vigentes no fueron conscientes y capaces de resolver el problema que había florecido delante de sus ojos. No se trataba pues de barriadas asequibles, bien equipadas y con parques y jardines, calles y plazas asfaltadas o adoquinadas y servicios donde los niños pudieran jugar, estudiar y crecer sanos y salvos de la falta de higiene. Una sinrazón sin precedentes de previsión real inmediata y no futurista que las autoridades ocultaban, una historia reciente que ya duraba muchos años, donde el día a día marcaba la cruda realidad de la triste situación en la que se encontraban aquellas calles y plazas sin asfaltar y sin equipamientos. Sin embargo, en las mentes de los inmigrantes florecía día a día la esperanza de encontrar alguna vivienda digna. Todo seguía igual, barracas y chabolas sin espacios urbanizados y sin escuelas para los niños, en las calles, tierra y polvo, agua y fango, eran elementos añadidos, sin luz ni agua corriente, quizás una sola fuente para uso y disfrute de todos, donde sus moradores intentaron construir sus viviendas dentro de un orden, «desordenado», pero eficiente y vitales para su subsistencia, y donde los responsables políticos solo se acordaban de dar solución a los problemas de la ciudad cuando San Pedro tronaba, o sea, cuando se iba a realizar algún gran evento, como ya había sucedido con la Exposición Universal de 1888.
Después de haber publicado las tres inundaciones producidas por el río Llobregat en nuestra barriada de Casas Baratas, Grupo Eduardo Aunós, y habiéndose producido recientemente la terrorífica tormenta de nieve producida por «Filomena» que, según los expertos, ha resultado ser el temporal más intenso de los últimos 50 años en la Comunidad de Madrid, recordé qué, en 1962 cuando tan solo tenía 8 años de edad, una tormenta de nieve azotó a la Ciudad Condal y barriadas colindantes. Las consecuencias fueron espectaculares porque cayeron miles de metros cúbicos de nieve, paralizando como en Madrid casi totalmente la vida ciudadana e interceptando las vías de comunicación con el resto de España, siendo el temporal más fuerte sufrido en Barcelona registrado de los últimos 75 años.
Habían transcurrido 27 años desde la última inundación en las Casas Baratas, y ya dábamos por olvidadas las atrocidades que el río Llobregat causaba cuando éste se desbordaba. Mientras tanto, se empezó a forjar un proyecto industrial que crecía a gran ritmo y que cambiaría la hegemonía agrícola por una Marina industrial y urbana.
No habían transcurrido ni siquiera dos años, cuando el río LLobregat volvió a desbordarse, anegando de nuevo las barriadas de Casas Baratas y Casa Antúnez. Dos barriadas muy próximas la una de la otra, pero distintas geográficamente e históricamente en todos los aspectos. Aunque desde la inauguración en 1929 del Grupo de Casas Eduardo Aunós, la prensa y las autoridades como veremos a continuación, la vinculaban todavía en los años 40 con la populosa barriada de Casa Antúnez, creando a veces una sensación de confusión al no poder definir con claridad a cuál de las dos hacían referencia. Sin embargo, no existía relación alguna excepto que ambas estaban ubicadas en las tierras de La Marina de Sants. No obstante, Casa Antúnez, desde mediados del siglo XVIII había empezado a florecer, existiendo argumentos para considerar que aquellas tierras arenosas e improductivas empezaron a ser trabajadas a consecuencia de «una inundación del Llobregat causada por fuertes lluvias en el año de 1617 – el documento se refiere como el diluvio – hizo que diferentes particulares comenzaran a trabajar las tierras en aquel espacio reservado, aprovechando probablemente el fango que la crecida del río había dejado» 1 , logrando con su lenta pero progresiva evolución y con la implicación de familias adineradas, entre ellas la del notario de Barcelona Lluís Xammar que fue el primero en comprar diez mojadas de aquellas tierras a las monjas del Monasterio de Valldoncella, y a la muerte de éste, la viuda y sus hijos vendieron aquella propiedad al maestro de ribera Manuel Antunes y su hijo Joan Antunes y Lletjós, rico comerciante matriculado en la Llotja de Barcelona, creadores de la heredad llamada Can Tunis» 2 , que se convertiría en un futuro no muy lejano, en la seña de identidad de toda la zona del litoral del Delta Oriental, desde Montjuïc hasta el faro, conocido como «Farola» de la desembocadura del río Llobregat.
Desde niño, siempre me impresionaron las historias que mis padres habían vivido sobre los hechos ocurridos durante la Guerra Civil. No obstante, era mi madre la que nos ilustraba de los acontecimientos más relevantes que había vivido en las Casas Baratas. Por ese motivo, tuve la fortuna de que ella me contara muchas historias de su juventud, y una de éstas, fueron las inundaciones producidas por el río Llobregat en tiempo de posguerra.
No sé el motivo que me indujo a tener siempre presentes aquellos acontecimientos, quizás por la forma que ella tenía de contarlos, porque cuando lo hacía, se emocionaba tanto, que transmitía la pasión de sus palabras, haciendo que aquellas historias las guardara en lo más profundo de mi pensamiento.
«No cayó ninguna bomba de pleno. Una al lado mismo y nada más».
Francisco Candel, escritor.